Vivimos en un momento de nuestra vida, diferente a lo que hasta ahora habíamos vivido.
Adaptarnos a un confinamiento, a situaciones especiales de nuestro día a día, continuar nuestro estilo de vida, a veces con prisas, horarios, sin dejar de perder la sensibilidad y esa sutil respuesta que nos hace humanos, es todo un reto.
Las respuestas a la reacción que nos produce una emoción pueden ser saludables, beneficiosas y hasta adaptativas. Sin embargo, mantenida en el tiempo, y de forma desmedida, puede generar problemas de salud: fatiga, ansiedad y estrés.
Tras una situación que requiere un gran esfuerzo tanto físico como estrés emocional, intelectual o incluso por falta de descanso puede llegar a producir fatiga, cansancio y debilidad física, cuya sintomatología inminente es el bajo rendimiento de la actividad física, falta de memoria y concentración que puede ir acompañado de cefaleas, somnolencia, apatía, desánimo, irritabilidad e incluso pérdida de apetito, a largo plazo puede tener deficiencias nutricionales (déficit de vitaminas, minerales y proteínas).
Bajo este cansancio, hay que descartar otras enfermedades importantes (como enfermedades metabólicas, enfermedades inflamatorias, infecciones, enfermedades autoinmunitarias, alteraciones cardíacas, problemas hepáticos, enfermedad renal, cáncer).
Las maneras de combatir este cansancio es llevar una alimentación variada, equilibrada, dormir mínimo ocho horas diarias, evitar tóxicos como el alcohol, el tabaco y mantener una actividad física regular. Afrontar nuestra vida cotidiana con nuestros mejores hábitos de salud.
Priorizar nuestro tiempo (parar el tiempo a favor nuestro), aprovecharlo al máximo y vivir el tiempo presente.
Ante estímulos externos, desarrollamos mecanismos de defensa produciendo respuestas que activan el organismo de manera fisiológica derivada de la activación de la rama simpática, del Sistema Nervioso Autónomo (SNA) provocando una “activación cerebral” que generalmente suelen dar síntomas leves, de corta duración, provocando ansiedad cuyos síntomas a nivel físico, suelen ser problemas del sueño, alteraciones digestivas, manos y pies sudorosos, temblor de la voz, dolor de cabeza, fatiga, disnea y angustia, principalmente.
Determinadas situaciones alejadas de nuestro hábitat de confort, generalmente sensación de miedo a lo desconocido, puede ocasionar ansiedad. Estos estímulos provocan pensamientos sometidos a esa situación y dependiendo de la intensidad puede llegar a sobrepasarnos en nuestra calidad de vida. En la ansiedad, la causa a veces no se puede identificar siendo producida por un motivo difuso o siendo por una causa irrelevante dando síntomas a nivel psíquico como disminución de la concentración, alteración de la memoria, insomnio por estar en estado de alerta, hipervigilancia, pensamientos irracionales generalmente de miedo, sensación angustiosa, agitación, incertidumbre, inseguridad, teniendo preocupaciones en exceso. La ansiedad puede provocar, en su estado más álgido, ataques de pánico, fobias y ansiedad generalizada.

El estrés tiene un motivo concreto, tiene un origen que se puede identificar por vivencias, circunstancias y causas externas cuya emoción es la preocupación (no al miedo como en la ansiedad), producen sensación de nerviosismo y puede provocar enfermedades orgánicas que se pueden acentuar ante ese mecanismo de defensa (cuyo motivo es reaccionar, luchar, huir).
Ante el estrés, la liberación de hormonas del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal (HPA) hace que el cerebro esté en alerta, que los músculos se tensen y el pulso se acelere. El eje HPA se activa cuando el hipotálamo tiene una señal de amenaza avisando a la glándula hipofisaria (sistema endocrino) ordenando a las glándulas adrenales que segreguen adrenalina como mecanismo de protección. Cuando el mecanismo es repetido y continuo se segrega catecolaminas y cortisol (resistencia a la insulina que puede provocar diabetes mellitus, aumento de la respuesta inflamatoria y disminución de la inmunidad celular y humoral con la consecuente aparición de posibles infecciones, retención de sodio y redistribución de los fluidos corporales dando edemas e hipertensión arterial que a su vez puede provocar accidentes vasculares). Además, aumenta la atención y concentración en el estado de alerta.
Cuando el ambiente es competitivo, exista una sobrecarga de trabajo e inclusive las relaciones sociales sean conflictivas pueden producir una sensación de peligro sostenido y la respuesta fisiológica se hace crónica (surge la patología del estrés crónico, distrés). Si no se controla, puede llevar a afectar a problemas mucho más serios de salud, como hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, enfermedades metabólicas, alteraciones digestivas, cefaleas, etc.
Aunque no se puede cambiar el entorno, sí se puede sentirlo de otra manera.
El mantenimiento de las funciones cerebrales normales depende mucho de tener una alimentación equilibrada, variada y saludable, actividad física con regularidad, dormir mínimo de ocho a nueve horas, así como fomentar las técnicas de relajación, yoga, meditación, técnicas de respiración, y por supuesto la importancia de gestionar los pensamientos y las emociones.
